No puede entender por qué siente ése temblor, justo él que tiene una vida normal y que anda por el mundo como un lago en primavera.
Por Enriqueta Barrio (*)
Me tiembla el párpado de un ojo. Concretamente, del izquierdo.
De repente se frunce, se tensa y, en un brevísimo lapso, siento que se me tilda el cerebro, que una corriente eléctrica se enciende y me atraviesa la fosa ocular.
Es involuntario y sorpresivo y suspende por unos segundos mi línea de pensamiento o acción; el ojo, mejor dicho, el movimiento en el ojo concentra mi atención.
Dicen que es nervioso. No sé de qué me puede dar a mí una especie de tic nervioso, pero bueno, así dicen todos, que son nervios contenidos. Lo googlié incluso, y es eso, no hay tu tía.
Lo que más bronca me da es que siempre me he jactado de ser un tipo tranquilo, de espíritu sereno, de esos que le escapan al enfrentamiento, a la controversia, al debate.
Digamos que mi filosofía de vida ha sido siempre “Vivir y dejar vivir”; a mí, mientras no me rompan las pelotas, no me meto con nadie. Que hagan lo que se les cante, que se vistan como quieran y hagan lo que se les dé la gana. ¿En qué la voy yo si la de enfrente anda con el cuñado o si en el laburo González afana? En nada. Por mí, que se maten.
Pero imagino que el frunce en el párpado, esa milésima de segundo en el que un incipiente guiño no llega a completarse del todo, no es porque González se afanó una abrochadora. No soy tan pelotudo. Debe ser que vos me ves así, un lago en primavera, “tranquilo como agua de tanque” decía mi abuela, pero que la procesión va por dentro.
Andá a saber.
Porque yo no he tenido mayores traumas en la infancia; no me han pasado cosas más raras de lo que le puede pasar a cualquiera… que sé yo… que mi viejo nos abandonó cuando yo tenía seis años, ponele que eso me haya generado “un trauma”… no me parece, hay millones de pibes a los que el viejo se tomó el palo y ahí los tenés, exitosos y realizados, sin ningún temblor en el ojo. Eso de la familia perfecta no existe… a mí me pasó eso, a otro la madre lo fajó, a otro un primo lo manoseó, que se yo, la vida tiene esas cosas, nada es perfecto.
Que a Lucía no la soporto más hace ya varios años, tampoco. Y justamente por eso, porque ya hace como diez años que no la puedo ni ver y el ojo me empezó a temblar esta semana…y la verdad es que esta semana justamente fue tranquila…o sea, sacando que no la soporto, que no siento por ella el menor cariño ni atracción física alguna… pero como te dije, eso es así de larga data y no me tembló el ojo en momentos en los que la cosa estaba realmente brava, ¿me va a temblar ahora?
Porque al principio fue difícil, ¿sabés?… Hasta que te das cuenta de qué te pasa, reaccionás mal. Le contestaba con fastidio, la miraba con odio, sentía bullir en el pecho el calor de la ira, estaba lo que se dice colérico. Me pasaba todo el día irritado, impaciente, fastidiado.
La pobre Lucía no entendía nada, ella quería seguir el noviazgo para siempre, no entendía que las cosas cambian, que las pasiones se aplacan, que las relaciones tienen fecha de vencimiento y que los primeros cinco años no son los segundos veinte. Se quedaba sorprendida ante mi frialdad y quería conmoverme con ternura, con cariño, pero la suerte ya estaba echada: se había terminado y no había vuelta atrás; cuando algo se muere, se muere.
Quiso que hablemos. Qué dolor de huevos cuando quieren que hablemos, y me refiero a las minas en general… siempre quieren que las cosas se les digan con la oración completa, siendo claros y específicos, para empezar a dar vueltas sobre el asunto, que si vos, que si yo… Charlas inútiles para esconder lo obvio, para mentirnos y disimular, para enredar las cosas y no llegar a ningún lado.
No sé qué esperaba que le dijera.
Y la verdad es que tampoco hubiera sabido qué decir. ¿Que la veía cursi, berreta, vulgar? ¿Que no le creía cuando se hacía la buena, la irreprochable, la que todo hace bien? Por ejemplo, hay una, mirá, una que hace siempre, al día de hoy inclusive: dice de ella misma que desconoce la envidia, que no sabe de qué se trata, que es un sentimiento que nunca percibió en su vida y que le gusta tener cosas buenas por ella, no que el otro no las tenga, que tenga cada uno lo que quiera que no desea lo que el otro tiene, sino que…ay, mirá, de contártelo ya me aburro, te imaginás escucharla a ella decírselo a todo el mundo siempre… agotadora. Pero yo sé positivamente que no es así.
Cada vez que su hermana, mi cuñada, cambia el auto o se va unos días a Capital con el marido, se pone verde de envidia. No necesito que diga nada; la veo, veo como levanta la ceja y aprieta los labios y le conozco de toda la vida esos gestos que demuestran que está contrariada. Sonríe, pero la sonrisa pareciera que le rompe las facciones de falsedad… no creo que haya una persona en el mundo que considere a esa sonrisa algo genuino.
No me molestaba que sintiera envidia, no. Me sacaba que no lo aceptara, que fingiera cierta inocencia y pureza de sentimientos casi de beata, que ella misma creyera que era así. Que se mintiera tan alevosamente y que me mintiera a mí, claro.
¿Qué le iba a decir en esas situaciones? Que no le creía nada, que era envidiosa, en todo caso como lo somos todos en algún grado… pero, ¡te imaginás si le llegaba a decir eso! ¡Quién la aguanta después! Drama Nacional… porque siempre quieren que hablemos ( y vuelvo a referirme a las minas en general), pero cuando les decís dos o tres verdades se ponen como fieras… Ah, ¿vos no querías que hablemos?, tomá, ahí te va una verdad… ¿a que ahora no tenés más ganas de hablar?….
Pero, bueno, eso fue al principio, cuando la fui dejando de querer y empecé a odiarla. Ahí sí hubiera entendido el tic en el ojo, porque yo andaba re caliente todo el día. ¡Noooo! Caliente de enojado, no caliente de caliente, jajajja, si justamente algo no estaba era caliente con Lucía.
Después, con el paso del tiempo esa bronca se fue aplacando y el rencor, la irritación y el enojo dieron paso a una especie de olvido. Vos me dirás “¿Olvido, conviviendo? ¿Cómo se hace para olvidar a alguien a quien se lo ve todos los días, casi todo el tiempo?” … Y la respuesta es que no sé como se hace, pero así ocurrió. Era una persona que estaba ahí, como está el perro, la planta, la heladera, que sé yo… está. Yo a la heladera ni la quiero ni la odio, ahí está, cumple su función, me sirve, me enfría lo que necesito y punto, no tengo con la heladera ninguna cuestión personal, nada. Bueno, así me pasó con Lucía.
Los dos nos servíamos y nos necesitábamos: a ella le gustaba seguir siendo una mujer casada, el papel de veterana divorciada la espantaba y le daba pavor; además yo era plomero, carpintero, electricista, jardinero, esas cosas que hacen falta en una casa y que ella ignoraba por completo. A la vez, a mi me complacía comer una comida rica, que hubiera alguien vivo ahí cuando llegara, que se yo, no estar solo en el mundo… en el aire digamos.
Así que empezamos un período de sana armonía. Ella se resignó o andá a saber cómo se las arregló, pero a mí nunca más me dijo “Tenemos que hablar” y mantuvimos hasta la fecha, casi diez años, una relación cordial y sin sobresaltos.
No tendría ningún sentido que ahora, a esta altura del partido, por no vivir “feliz” (y lo pongo entre comillas a propósito, suponiendo que ese estado existiese realmente, que tengo mis dudas), el ojo se pusiera a temblar. Recién me volvió a pasar… ¿te diste cuenta vos?… No, si lo quiero hacer a propósito no me sale, cuando lo pienso no ocurre, es cuando estoy desprevenido, cuando ya me olvidé del tema.
No me gustaría que los otros lo advirtieran.
Sería una manera de mostrarme vulnerable, débil, inestable, y yo no quiero que me vea nadie así. La gente es mala, y cuando te saben herido o perciben alguna flaqueza, se aprovechan; como el pájaro carroñero cuando huele sangre. Esa fue una enseñanza que me dejó mi madre, siempre me repetía eso y me quedó grabado a fuego.
Para mí es un gran temblor de ojo, pero quizá yo lo percibo así, porque lo veo desde adentro. Tal vez de afuera ni se nota, porque nadie me dijo nada… ¿lo notaste en algún momento de la conversación vos?… ¿viste? … es como te digo, yo lo siento, pero la gente no se da cuenta.
Está bien que nadie me está mirando a la cara, concretamente a los ojos por un rato hace mil años, no sé quién lo advertiría entonces. ¿El kioskero, cuando voy a comprar cigarrillos va a notar el tic? No. ¿El chofer de colectivo, que ni gira la cabeza, cuando subo en la avenida Lavalle? No. Lucía no me mira hace años, me olvidó también. Nadie lo nota por la sencilla razón de que nadie me mira. Así que no me hago problema.
O sí, me hago problema… porque me molesta, me distrae, y me hace pensar que estoy nervioso por algo, que a nadie le agarra un tic porque sí, y me empiezo a poner nervioso porque debo estar nervioso, nosésimentendés, y entonces, claro, el ojo al galope, meta fruncirse y saltar.
Ahí empieza un doble trabajo: disimularme a mí mismo el tic; creer que es por el sol de frente, por estar mucho tiempo frente al televisor, por cansancio… negar que es por nervios y evitar así ponerme más nervioso. Sí, sé que es raro, ya lo sé.
Pero la verdad es que me extraña tener un tic, quequerés que te diga, justo yo, que soy como un lago en primavera, “tranquilo como agua de tanque”, diría mi abuela.
(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora, mail: enriquetabarrio@gmail.com e Instagram @soylaqueta